.

.

15 agosto 2006

Afonía

Brillaban las primeras luces de la noche cuando sucedió aquello. La brisa movía el pasto como si se unieran juntos en una danza coordinada, de aquí para allá. La luna no aparecía, como si se escondiera, como si no quisiera estar presente para verlo. Un hombre caminaba como fardo que cruza la ruta en el campo desierto. Todo esto a través de la ventana de esta habitación. Aquí dentro era totalmente distinto. Aquí dentro no había nada que brillara ni viento que soplara ni hombres que pasaran. Aquí dentro, donde estoy desde aquel día, el tiempo no pasa ni los espejos se detienen a mirarnos.

Todo me lo contaron, todo me lo enseñaron los otros, los que se acercan y me hablan pero no me escuchan. Aun les creo porque tienen más “brillo” que yo. Y la ventana…si tan sólo pudiera abrirla.

Suena el teléfono. Odio ese sonido, tal vez porque no puedo atender, tal vez porque no es una llamada para mí. Siento no haber tratado de desambiguar todo esto, aquí nadie tiene el lugar asegurado, pero se muy bien que cuando esa pared se mancha, otro más como yo ha caído.

Ahora mismo, lo se, lejos de aquí, la furia se desata, y si fue suficiente el relato, diría que estar vivo no es tan malo como la minoría cree. Uno ya no tiene necesidades que satisfacer, y como si esto fuera mucho, uno ya no tiene nada que hacer.

Personalmente, no recuerdo haber estado en otro lugar, pero me gusta estar aquí sin decir nada y sin aclararles que fue lo que pasó aquella noche.