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15 agosto 2006

La insoportable sensualidad de las tortitas

Cándido Fernández era panadero. Entre sus exquisiteces se contaban unas tortitas alemanas que había aprendido a hacer en Frankfurt cuando hizo el curso de pastelero (pagado por la herencia que recibió de su padre, un liberal oligarca de principios de siglo) hacía ya muchos años, cuando todavía era un purrete sin malas intenciones.

Corrían los cincuentas, y resulta ser que este individuo era conocido por adulterar los ingredientes de la receta original (celosamente respetada por quien se precie de ser un panadero con todas las letras), agregándole un toque de un condimento afrodisíaco secreto, y las chicas que las compraban (en el barrio eran muy populares sus tortas alemanas) solían probarlas ahí mismo (ansiedad, que se llama) reaccionando ante el mostrador con una excitación ¡que te la voglio dire!, como diría mi abuelo italiano. Muy rara vez Cándido se aprovechaba de las chicas (en general, disfrutaba viéndolas contornearse sensualmente – un voyerista, el Don Candido -), aunque supo tener sus aventuras en la parte de atrás con la masas secas dando vuelta, el horno prendido y alguna que otra baguette ambientando el bulín/cocina.

Lo peor llegó cuando el sátiro panadero empezó a atender a las chicas, sus madres y sus abuelas. Todas querían estar con él y no daba abasto. Pero no podía cambiar la receta, era un éxito y las tortitas se vendían como pan caliente. Incluso, con las ganancias de las altas ventas, había remodelado la parte de atrás, de forma tal de poder atender a sus clientas con mayor comodidad.

Cándido era un sex symbol y todo se lo debía al ingrediente secreto, ya que antes no le iba muy bien con las mujeres. No se le conoce ninguna novia, amante o “amiguita” con la que haya estado previamente. Ahora estaba enfermo de sexo, necesitaba ser internado, no podía controlar su adicción, digamos.

Moralmente hablando, era cuestionable lo que hacía, pero comercialmente era un éxito. Y sexualmente también. Era frecuentemente invitado a comer a la casa de sus clientas y, por supuesto, llevaba sus tortitas de la suerte.

Cuando se devaluó la moneda, allá por los sesentas, el ingrediente secreto de las tortitas, el cual era importado, se tornó inaccesible para Candido. Considerando este problema macroeconómico, decidió seguir produciendo las masitas igualmente, sin incluir el raro elíxir al que le debía su exito con las mujeres. Ellas siguieron exitándose cada vez que iban a la panadería, lo veían a Candido y probaban sus tortitas.

Candido Fernandez nunca probó su especialidad, temía que no le gustase.