Alina Reyes, es la reina y...

A un costado, había algo que llamaba mi atención: una puerta plateada, como de ascensor, de esas que se abren hacia ambos lados, y cientos de lamparitas encendidas cual marquesina de teatro circundándola. Además, había luces de neón -fucsia y azul- zigzagueando sobre el borde de la puerta que la volvían aun más extravagante.
De pronto, la puerta se abrió. Una nube de humo blanco partió desde el interior y el tema We are the champions de Queen sonaba por los altoparlantes. La ovación era inminente. Nunca hubiera pensado que segundos después el Presidente Kirchner atravesaría esa puerta mientras los aplausos y los gritos eran ensordecedores.
El Presidente, vestido de una fina bata inglesa de terciopelo violeta y luciendo varias cadenas de oro en su cuello, levantó las manos bailando al son de la música y se dirigió al altar. Parecía estar compenetrado al máximo mientras predicaba aunque lo que decía eran sólo onomatopeyas ininteligibles.
Luego de un extenso discurso coronado por música y aplausos adulones, la gente formó fila en dirección al altar. No sabía bien que pasaba allá adelante hasta que me fui acercando y pude conversar con algunos de los adulones. Al parecer, la idea era plantearle al Presidente las propias inquietudes y él, como un gurú de la autoayuda, las resolvería mágicamente.
No tenía idea que iba a preguntarle pero cuando faltaban dos o tres personas para mi turno, noté que en cada una de mis manos había una llave dorada. Así que le pregunté acerca de las llaves:
- Complete usted mismo (deje un comentario con el diálogo).
El Presidente corrió alterado y atravesó la puerta principal de la iglesia. Confundido, me acerqué a la salida y lo vi subir a un helicóptero que lo esperaba afuera. El artefacto despegó y lentamente se perdió en el horizonte.
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