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20 noviembre 2006

Momentos históricos de lucidez

Un cronista de Crónica TV se encuentra con Andrés Calamaro en una manifestación hace ya algunos años (el período en que él estuvo alejado de los escenarios) y le hace ésta mini nota que reproducimos completa a continuación:

- ¿Qué te parece esto, acá con vallas, la policía, etc.?
- No, bueno… eh… situación de estupefacientes, fútbol, rock, sala de ensayos.
- ¿Solamente eso? (el notero totalmente perplejo ante la curiosa declaración)
- Eh?
- Solamente eso?
- ’chas gracias.

Simplemente genial...
’chas gracias

17 noviembre 2006

campo de hojas mojadas

15 noviembre 2006

Mis compañeros de trabajo

Les presento a algunos de mis compañeros. Empezando por la izquierda: yo, Majo, Daiana, Hernán, Romina y abajo, Santiago y Juje. Ahora que los conocen, si los ven por la calle, mandenles un saludo de parte mia.

See Ya*

Un hombre de mediana edad se ausentó de su trabajo, fue directo a su casa, prendió el televisor y se sentó en una silla. Se quedó ahí mismo sin hacer ningún movimiento, sin decir una palabra, sin responder al teléfono o al llamado de la puerta, sin inmutarse ante los gritos que daba su mujer desde el otro cuarto.
El hombre no se movió nunca más y fue grande la sorpresa de su esposa cuando vio que su marido se había convertido en una silla. Así que para no desaprovecharlo apoyó sobre él su ropa usada y sucia. Ahora, al menos, su marido-silla le serviría para algo.


* este cuento fue publicado originalmente en Reflecine. Lo vuelvo a postear porque sí. Le cambié el nombre también porque sí.


03 noviembre 2006

Los traspapelados

El título se refiere, ni más ni menos, a los que se perdieron entre los papeles. Uno piensa que no existen, que son pura ilusión o algo así como una forma de tapar otras cosas, pero no, existen y mucho. La gente entre los papeles es aquella que habita en la celulosa, blanca, rayada, y muchas veces con dos agujeros a los costados, también de tamaño A4 o Carta, o la muy temida Legal.

Esa gente, los traspapelados, muchas veces se pierden al cerrar los libros, como planteaba Borges, porque las letras se mezclan cuando dejamos de leer y cerramos el libro y se confunden unos con otros, tal como nos confundimos a veces y le echamos la culpa al traspapeleo.

Muchas veces, se les dice “limados”, cuando en realidad son un diamante en bruto y nunca en su vida vieron una lima; aunque sí estuvieron cerca de una cortadora de césped.

Un limado es, en realidad, quién fue tomado por las grandes manos de la realidad y pulido, lijado por la enorme lima que deja a uno del tamaño perfecto para caber en los casilleros cuadrados y beiges de la monotonía o la politonía, o lo que sea.

Esa gente no limada pero traspapelada, rompe el papel finalmente porque al no tener las puntas limadas, son nocivos para la débil celulosa, y se escapan, por ahí, para así al día siguiente traspapelarse de nuevo, porque son incorregibles, realmente.

En el futuro

En el futuro, la gente no tendrá que viajar. Habrá una silla especial en donde uno se sentará y serán las ciudades las que se muevan. Tokio, París, Burzaco, en fin, las grandes capitales irán pasando, una a una, frente al ciudadano cosmo o monopolita, o viceversa. Conocer el mundo será accesible a cada uno que tenga la silla, aunque también se inventarán bañaderas de este tipo, para estar limpio mientras uno visita el Partenón o la Fontana di Trevi.

En el futuro, el tiempo no se podrá desperdiciar fácilmente. Así, no habrá tiempo libre para rascarse el ombligo. Alarmas instaladas en cada hogar sonarán ante el menor indicio de pereza, a lo que uno deberá responder pintando el cerco o dando una vuelta manzana. Dormir estará prohibido. Asimismo, cabecear en el bondi.

En el futuro, la gente podrá leer los pensamientos de los demás con sólo un dispositivo muy barato, disponible en todos los kioskos. Una aventura amorosa será cosa del pasado, de lo contrario, la esposa/o esperará a su cónyuge y al llegar a su iglú (las casas inteligentes del futuro – más inteligentes que el dueño, seguro-) lo hará viajar (con la silla que mencionamos anteriormente y con el debido respeto) a la mismísima concha de la lora, que dicen que queda en Medio Oriente.

En el futuro, será obligatorio ser socialmente activo y feliz. Nada de recluidos, antisociales o ermitaños, si aparece alguno lo mandamos a una isla solitaria. Los celulares serán obsoletos, ya que si uno quiere estar o hablar con una persona, sólo lo pide en voz alta dos o tres veces y te aparece el tipo/a ahí al instante en el baño, en la azotea o en la cama.

En el futuro estudiar no será tan engorroso como ahora. A los infantes les pondrán un chip en el ombligo (por eso no hay que rascárselo) y podrán conectarse a un transfusor de datos conocido como “El Transfusor”, y en dos minutos te sabés todas las capitales o como hacer un vitel tone bien rico.

En el futuro, vos decís “¡la puta, está nublado, justo que quería ir al zoo!” y te aparece la jirafa o el hipopótamo en el living y se miran juntos una de James Bond. La alimentación del animal corre por cuenta del cuidador, que también se prende en la tarde de cine en tu iglú.

En el futuro, no se podrá llegar tarde jamás, ya que tocás rewind o retroceder y entrás a tu laburo en horario, o si te mandás una torpeza apretás el botón deshacer (que te insertaron en el culo) y podés volver a equivocarte las veces que quieras, prácticamente.

En el futuro, todo será distinto, excepto el huevo frito, el papel higiénico y la pasta frola*, que seguirán siendo como ahora.

N. del A.: este cuento ya fue posteado anteriormente en el blog que haciamos con vb; pero consideré que merecía una segunda oportunidad antes del olvido y la llegada del futuro.

* pasta frola suplantó a ruleta porqué hoy pasé por una confitería y vi una en la vidriera y me pareció más pertinente a este día.

01 noviembre 2006

Bolsas negras

Me molesta esa lamparita intermitente. Está rota. Ya sé, debo cambiarla, pero no aún. Las noches son mosquitos dando vueltas a esa lámpara en el techo, los vuelve locos, los confunde. Ellos deben pensar que lo hago a propósito, pero no, soy inocente.
Mi pieza: los vasos casi vacíos, el cenicero rebozante de chicles, los papeles tirados todo alrededor; este guión me está matando. Olvidé, el café. ¿Cuanto café puede tomar una persona? ¡Por dios! Aun así no me despierto, no me inspiro, y el robo comienza. Eso es lo que hago, pero robar no es copiar. Las reminiscencias de ella, las intermitencias de su personalidad y sus lamentos, me las apropio impunemente. Espero no ser juzgado por ello, aunque lo seré.
No sé por qué me puse a pensar en las fotos familiares. En los interminables álbumes que nadie quiere ver. Sacamos fotos para recordar cosas olvidables, momentos fingidos, artificiales; nada más hipócrita que la pose frente a la cámara, abrazados y dejando la risa congelada (mostrando todos los dientes, obvio) por varios segundos hasta que el clic se oye y volvemos a ser nosotros mismos. Pero aun así necesito de las fotos; necesito que existan esas costumbres para escribir todo esto.
Cuando reconstruyo todo me jacto de haber armado el rompecabezas con pocas piezas; hay agujeros por todos lados pero puedo ver la imagen completa.
En la vereda está tranquilo a estas horas, ya no pasan colectivos. Acá afuera la maldita lamparita intermitente también me atormenta. Hoy no pasó el camión de basura y las moscas se amontonan en las bolsas negras.
Miraba las bolsas y sentí algo (como un deja vú, digamos), y recordé esa tarde cuando tenía 4 o 5 años. Era verano y las tardes estaban hechas de dibujos animados. Aquél día fue distinto; hacía calor y las persianas estaban bajas, y el televisor no estaba prendido. La oscuridad acechaba. Mamá estuvo siempre conmigo, pero no hablamos. Recuerdo estar tirado en el piso garabateando en una hoja de papel y ahora puedo verla, mi madre lloraba. Sé que luego fue a sacar la basura (en la misma bolsa negra) y me quedé solo. Se demoró eternamente, odiaba que me hiciera eso. La puerta estaba cerrada y me tome de la manija por un largo rato. Ahí quedé hasta que ella volvió con la misma bolsa en la mano y la dejó por ahí; nunca entendí por qué entraba la basura. Quizás es lo que hago yo, ahora.